lunes, 8 de enero de 2007

Virtudes teologales


Fe, Esperanza y Caridad. Siempre nos las enseñan en ese orden, acaso porque suenan bien así. Pero, aunque son virtudes dialógicas -con lo que quiero decir que no se pueden dar plenamente si no están todas presentes-, el modo de conseguirlas creo que es, precisamente el contrario.

Primero la Caridad, después la Esperanza y por último la Fe. La Caridad es necesaria para poder confiar en lo que Él dice. Si no se le ama es absurdo pensar que podría considerársele. Por lo tanto, lo primero en el tiempo debe ser la Caridad. En segundo lugar está la Esperanza, pues es Dios -como todo enamorado- el que toma la iniciativa: nos corresponde a nosotros esperar.

Y aquí esperar no quiere decir aguantar que el tiempo pase en lo que sucede algo. No. Esperar es desear que ese algo suceda, como cuando de niños esperamos la Navidad (gracias a cierto Tovar por la comparación), es, pues, estar abiertos a la posibilidad de recibir algo.

Cuando ese algo se recibe, en mayor o menor medida, debe creerse. Y eso es la Fe. Pues es el querer creer incluso los más disparatados cuentos que surgen en el seno de Dios. Esta virtud es imposible si no se espera y no se ama. Es la síntesis de las dos anteriores (que, obviamente, no son antitéticas). La esperanza, supone a su vez al amor. Y el amor (¿paradoja?) requiere otra dialéctica similar: el querer querer, que en el caso de la Teología suele comenzar con el "querer creer que puedo quererLe".

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