lunes, 1 de junio de 2009

Veritatis Splendor...


Alguien ciego por mil años abre los ojos para ver el mundo. Ha olvidado ya las sombras y las imitaciones y no sabe qué esperar. Se decepciona: no ve absolutamente nada. El mundo que esperaba ver es absolutamente blanco y brillante. No hay nada qué ver, salvo ese halo níveo que le traspasa los ojos.

-Pero, hombre, ¿qué pasa? -escucha una voz que le pregunta.
-¿Cómo que qué pasa? Llevo mil años con los ojos cerrados y cuando los abro para ver no veo nada. Menuda estupidez es querer ver algo. Más me hubiera valido mantenerme ciego otros mil o dos mil años.

Y el hombre cerró los ojos de nuevo. Ciego podía seguir imaginando que era feliz. Al menos su obscuridad la conocía.

Si tan sólo hubiera dejado que el dolor mermara y que los ojos se acostumbraran a la luz, hubiera podido admirar el bosque donde estaba parado y al cordero con quien había dialogado...