sábado, 2 de mayo de 2009

Mientras más sudes aquí, lo menos sangrarás en la Batalla


AI cuerpo se le pide mucho más que el traer y llevar utensilios, o cosas por el estilo. Se le exige un total compromiso en el día a día de la vida. Se le exige que se haga «capaz de resucitar», que se oriente hacia la resurrección, hacia el Reino de Dios, tarea que se resume en la fórmula: «hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo». Donde se IIeva a cabo la voluntad de Dios, allí está el cielo, la tierra se convierte en cielo. Adentrarse en la acción de Dios para cooperar con Él: esto es lo que se inicia con la liturgia, para después desarrollarlo más allá de ella. La Encarnación ha de conducirnos, siempre, a la resurrección, al señorío del amor, que es el Reino de Dios, pero pasando por la cruz (la transformación de nuestra voluntad en comunión de voluntad con Dios). El cuerpo tiene que ser entrenado», por así decirlo, de cara a la resurrección. Recordemos, a este propósito, que el término «ascesis», hoy pasado de moda, se traduce en inglés sencillamente como «training»: entrenamiento.

Hoy día nos entrenamos con empeño, perseverancia y mucho sacrificio para fines variados: ¿por qué, entonces, no entrenarse para Dios y para su Reino? (...) Digámoslo con otros términos: se trata de un ejercicio encaminado a acoger al otro en su alteridad, de un entrenamiento para el amor. Un entrenamiento para acoger al totalmente Otro, a Dios, y dejarse moldear y utilizar por Él. (Ratzinger, J.; El espíritu de la Liturgia. Una introducción., p. 200)