domingo, 7 de enero de 2007

De ordine


"En el orden del tiempo viene primero la autoridad, en el orden de la importancia la razón. Una cosa es lo que se antepone sobre el plano de la acción, otra cosa es lo que se estima mayormente en orden al fin. La autoridad es más eficaz para la masa todavía no instruida, la razón más conveniente para las personas doctas. Pero como ninguno se hace docto sino después de haber sido indocto, ni sabe en qué condiciones debe presentarse a los alimnos y con cuál método hacerse capaz de aprender, se sigue que sólo la autoridad puede abrir las puertas a los que aspiren a aprender cosas grandes y escondidas" (San Agustín, De ordine 2, 9, 26.)


El orden importa para la hora de decidir. Esa es la razón de la Fe: es la confianza que abre la puerta para la investigación sobre la Verdad. La razón trabaja sobre la Fe. Una es la materia prima; la otra, la maquila. Por más hábil que sea cualquier persona para tejer, si no tiene estambre la bufanda será solamente una proyección, una idea de que "ahí podría haber algo, pero no lo puedo saber".

Como Kant se da cuenta -aunque a veces no lo reconozca- en el hombre existe un inextinguible deseo de infinito. El camino debe ser, por tanto, ad hoc a ello: comenzar con la aceptación de la premisa natural, evidente, de que tendemos a lo infinito (o que lo deseamos). Y después indagar sobre ello que es el infinito. Investigar sobre qué es algo que no conocemos lleva, forzosamente, a negar la existencia y, por ende, a ser congruentemente adversos a una investigación sobre ello.

"Qué es esto que no conozco? No puede ser algo. Luego es nada. ¿Vale la pena creer en nada? No. ¿Investigar sobre ello? Menos aún. Por lo tanto... 'así estoy bien'". ¿No suena familiar?

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