miércoles, 28 de febrero de 2007

Ángeles


"El nombre de ángel indica su oficio, no su naturaleza. Si preguntas por su naturaleza, te diré que es un espíritu; si preguntas por lo que hace, te diré que es un ángel". -San Agustín

Del Catesismo...
328 La existencia de seres espirituales, no corporales, que la Sagrada Escritura llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe. El testimonio de la Escritura es tan claro como la unanimidad de la Tradición.

Quiénes son los ángeles

329 San Agustín dice respecto a ellos: "Angelus officii nomen est, non naturae. Quaeris nomen huius naturae, spiritus est; quaeris officium, angelus est: ex eo quod est, spiritus est, ex eo quod agit, angelus" ("El nombre de ángel indica su oficio, no su naturaleza. Si preguntas por su naturaleza, te diré que es un espíritu; si preguntas por lo que hace, te diré que es un ángel"). Con todo su ser, los ángeles son servidores y mensajeros de Dios. Porque contemplan "constantemente el rostro de mi Padre que está en los cielos" (Mt 18, 10), son "agentes de sus órdenes, atentos a la voz de su palabra" (Sal 103, 20).

330 En tanto que criaturas puramente espirituales, tienen inteligencia y voluntad: son criaturas personales e inmortales. Superan en perfección a todas las criaturas visibles. El resplandor de su gloria da testimonio de ello. Cristo "con todos sus ángeles"

331 Cristo es el centro del mundo de los ángeles. Los ángeles le pertenecen: "Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles... (Mt 25, 31). Le pertenecen porque fueron creados por y para El: "Porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por él y para él" (Col 1, 16).

Le pertenecen más aún porque los ha hecho mensajeros de su designio de salvación: "¿Es que no son todos ellos espíritus servidores con la misión de asistir a los que han de heredar la salvación?" (Hb 1, 14).

332 Desde la creación y a lo largo de toda la historia de la salvación, los encontramos, anunciando de lejos o de cerca, esa salvación y sirviendo al designio divino de su realización: cierran el paraíso terrenal protegen a Lot, salvan a Agar y a su hijo, detienen la mano de Abraham, la ley es comunicada por su ministerio (cf Hch 7, 53), conducen el pueblo de Dios, anuncian nacimientos y vocaciones, asisten a los profetas, por no citar más que algunos ejemplos. Finalmente, el ángel Gabriel anuncia el nacimiento del Precursor y el de Jesús.

333 De la Encarnación a la Ascensión, la vida del Verbo encarnado está rodeada de la adoración y del servicio de los ángeles. Cuando Dios introduce "a su Primogénito en el mundo, dice: `adórenle todos los ángeles de Dios'" (Hb 1, 6). Su cántico de alabanza en el nacimiento de Cristo no ha cesado de resonar en la alabanza de la Iglesia: "Gloria a Dios... (Lc 2, 14). Protegen la infancia de Jesús, sirven a Jesús en el desierto, lo reconfortan en la agonía, cuando El habría podido ser salvado por ellos de la mano de sus enemigos como en otro tiempo Israel. Son también los ángeles quienes "evangelizan" (Lc 2, 10) anunciando la Buena Nueva de la Encarnación, y de la Resurrección de Cristo. Con ocasión de la segunda venida de Cristo, anunciada por los ángeles, éstos estarán presentes al servicio del juicio del Señor.

Los ángeles en la vida de la Iglesia

334 De aquí que toda la vida de la Iglesia se beneficie de la ayuda misteriosa y poderosa de los ángeles.

335 En su liturgia, la Iglesia se une a los ángeles para adorar al Dios tres veces santo; invoca su asistencia (así en el "Supplices te rogamus..." ["Te pedimos humildemente..."] del Canon romano o el "In Paradisum deducant te angeli..." ["Al Paraíso te lleven los ángeles..."] de la liturgia de difuntos, o también en el "Himno querúbico" de la liturgia bizantina) y celebra más particularmente la memoria de ciertos ángeles (san Miguel, san Gabriel, san Rafael, los ángeles custodios).

336 Desde la infancia a la muerte, la vida humana está rodeada de su custodia y de su intercesión. "Cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducirlo a la vida". Desde esta tierra, la vida cristiana participa, por la fe, en la sociedad bienaventurada de los ángeles y de los hombres, unidos en Dios.

domingo, 25 de febrero de 2007

Hacen falta sacerdotes. (Un capítulo de Les Misérables)

II

El señor Myriel se convierte
en monseñor Bienvenido
El palacio episcopal de D. estaba contiguo al hospital, y era un vasto y hermoso edificio
construido en piedra a principios del último siglo. Todo en él respiraba cierto aire de
grandeza: las habitaciones del obispo, los salones, las habitaciones interiores, el patio de
honor muy amplio con galerías de arcos según la antigua costumbre florentina, los
jardines plantados de magníficos árboles.
El hospital era una casa estrecha y baja, de dos pisos, con un pequeño jardín atrás.
Tres días después de su llegada, el obispo visitó el hospital. Terminada la visita, le
pidió al director que tuviera a bien acompañarlo a su palacio.
-Señor director -le dijo una vez llegados allí-: ¿cuántos enfermos tenéis en este
momento?
Veintiséis, monseñor.
-Son los que había contado -dijo el obispo.
-Las camas -replicó el director- están muy próximas las unas a las otras.
-Lo había notado.
-Las salas, más que salas, son celdas, y el aire en ellas se renueva difícilmente.
-Me había parecido lo mismo.
-Y luego, cuando un rayo de sol penetra en el edificio, el jardín es muy pequeño para
los convalecientes.
También me lo había figurado.
-En tiempo de epidemia, este año hemos tenido el tifus, se juntan tantos enfermos; más
de ciento, que no sabemos qué hacer.
-Ya se me había ocurrido esa idea.
-¡Qué queréis, monseñor! -dijo el director-: es menester resignarse.
Esta conversación se mantenía en el comedor del piso bajo.
El obispo calló un momento; luego, volviéndose súbitamente hacia el director del
hospital, preguntó:
¿Cuántas camas creéis que podrán caber en esta sala?
-¿En el comedor de Su Ilustrísima?? exclamó el director estupefacto.
El obispo recorría la sala con la vista, y parecía que sus ojos tomaban medidas y hacían
cálculos.
-Bien veinte camas -dijo como hablando consigo mismo; después, alzando la voz,
añadió: Mirad, señor director, aquí evidentemente hay un error. En el hospital sois
veintiséis personas repartidas en cinco o seis pequeños cuartos. Nosotros somos aquí tres
y tenemos sitio para sesenta. Hay un error, os digo; vos tenéis mi casa y yo la vuestra.
Devolvedme la mía, pues aquí estoy en vuestra casa.
Al día siguiente, los veintiséis enfermos estaban instalados en el palacio del obispo, y
éste en el hospital.
Monseñor Myriel no tenía bienes. Su hermana cobraba una renta vitalicia de quinientos
francos y monseñor Myriel recibía del Estado, como obispo, una asignación de quince
mil francos. El día mismo en que se trasladó a vivir al hospital, el prelado determinó de
una vez para siempre el empleo de esta suma, del modo que consta en la nota que
transcribimos aquí, escrita de su puño y letra:

Lista de dos gastos de mi casa
  • Para el seminario 1500
  • Congregación de la misión 100
  • Para los lazaristas de Montdidier 100
  • Seminario de las misiones extranjeras de París 200
  • Congregación del Espíritu Santo 150
  • Establecimientos religiosos de la Tierra Santa 100
  • Sociedades para madres solteras 350
  • Obra para mejora de las prisiones 400
  • Obra para el alivio y rescate de los presos 500
  • Para libertar a padres de familia presos por deudas 1000
  • Suplemento a la asignación de los maestros de escuela de la diócesis 2000
  • Cooperativa de los Altos Alpes 100
  • Congregación de señoras para la enseñanza gratuita de niñas pobres 1500
  • Para los pobres 6000
  • Mi gasto personal 1000
  • Total 15000
Durante todo el tiempo que ocupó el obispado de D., monseñor Myriel no cambió en
nada este presupuesto, que fue aceptado con absoluta sumisión por la señorita Baptistina.
Para aquella santa mujer, monseñor Myriel era a la vez su hermano y su obispo; lo amaba
y lo veneraba con toda su sencillez.
Al cabo de algún tiempo afluyeron las ofrendas de dinero. Los que tenían y los que no
tenían llamaban a la puerta de monseñor Myriel, los unos yendo a buscar la limosna que
los otros acababan de depositar. En menos de un año el obispo llegó a ser el tesorero de
todos los beneficios, y el cajero de todas las estrecheces. Grandes sumas pasaban por sus
manos pero nada hacía que cambiara o modificase su género de vida, ni que añadiera lo
más ínfimo de lo superfluo a lo que le era puramente necesario.
Lejos de esto, como siempre hay abajo más miseria que fraternidad arriba, todo estaba,
por decirlo así, dado antes de ser recibido.
Es costumbre que los obispos encabecen con sus nombres de bautismo sus escritos y
cartas pastorales. Los pobres de la comarca habían elegido, con una especie de instinto
afectuoso, de todos los nombres del obispo aquel que les ofrecía una significación
adecuada; y entre ellos sólo le designaban como monseñor Bienvenido. Haremos lo que
ellos y lo llamaremos del mismo modo cuando sea ocasión. Por lo demás, al obispo le
agradaba esta designación.
-Me gusta ese nombre -decía: Bienvenido suaviza un poco lo de monseñor.

lunes, 19 de febrero de 2007

Cartas del diablo a su sobrino



[Nota: Para más fragmentos de estas cartas: Cartas del diablo a su sobrino]
MY DEAR WORMWOOD,

I am very pleased by what you tell me about this man's relations with his mother. But you must press your advantage. The Enemy will be working from the centre outwards, gradually bringing more and more of the patient's conduct under the new standard, and may reach his behaviour to the old lady at any moment. You want to get in first. Keep in close touch with our colleague Glubose who is in charge of the mother, and build up between you in that house a good settled habit of mutual annoyance; daily pinpricks. The following methods are useful.

1. Keep his mind on the inner life. He thinks his conversion is something inside him and his attention is therefore chiefly turned at present to the states of his own mind—or rather to that very expurgated version of them which is all you should allow him to see. Encourage this. Keep his mind off the most elementary duties by directing it to the most advanced and spiritual ones. Aggravate that most useful human characteristic, the horror and neglect of the obvious. You must bring him to a condition in which he can practise self-examination for an hour without discovering any of those facts about himself ,which are perfectly clear to anyone who has over lived in the same house with him or worked the same office.

2. It is, no doubt, impossible to prevent his praying for his mother, but we have means of rendering the prayers innocuous. Make sure that they are always very "spiritual", that he is always concerned with the state of her soul and never with her rheumatism. Two advantages follow. In the first place, his attention will be kept on what he regards as her sins, by which, with a little guidance from you, he can be induced to mean any of her actions which are inconvenient or irritating to himself. Thus you can keep rubbing the wounds of the day a little sorer even while he is on his knees; the operation is not at all difficult and you will find it very entertaining. In the second place, since his ideas about her soul will be very crude and often erroneous, he will, in some degree, be praying for an imaginary person, and it will be your task to make that imaginary person daily less and less like the real mother—the sharp-tongued old lady at the breakfast table. In time, you may get the cleavage so wide that no thought or feeling from his prayers for the imagined mother will ever flow over into his treatment of the real one. I have had patients of my own so well in hand that they could be turned at a moment's notice from impassioned prayer for a wife's or son's "soul" to beating or insulting the real wife or son without a qualm.

3. When two humans have lived together for many years it usually happens that each has tones of voice and expressions of face which are almost unendurably irritating to the other. Work on that. Bring fully into the consciousness of your patient that particular lift of his mother's eyebrows which he learned to dislike in the nursery, and let him think how much he dislikes it. Let him assume that she knows how annoying it is and does it to annoy—if you know your job he will not notice the immense improbability of the assumption. And, of course, never let him suspect that he has tones and looks which similarly annoy her. As he cannot see or hear himself, this is easily managed.

4. In civilised life domestic hatred usually expresses itself by saying things which would appear quite harmless on paper (the words are not offensive) but in such a voice, or at such a moment, that they are not far short of a blow in the face. To keep this game up you and Glubose must see to it that each of these two fools has a sort of double standard. Your patient must demand that all his own utterances are to be taken at their face value and judged simply on the actual words, while at the same time judging all his mother's utterances with the fullest and most oversensitive interpretation of the tone and the context and the suspected intention. She must be encouraged to do the same to him. Hence from every quarrel they can both go away convinced, or very nearly convinced, that they are quite innocent. You know the kind of thing: "I simply ask her what time dinner will be and she flies into a temper." Once this habit is well established you have the delightful situation of a human saying things with the express purpose of offending and yet having a grievance when offence is taken.

Finally, tell me something about the old lady's religious position. Is she at all jealous of the new factor in her son's life?—at all piqued that he should have learned from others, and so late, what she considers she gave him such good opportunity of learning in childhood? Does she feel he is making a great deal of "fuss" about it—or that he's getting in on very easy terms? Remember the elder brother in the Enemy's story.



Your affectionate uncle
SCREWTAPE

lunes, 12 de febrero de 2007

Agapé.



Esta es mi propia traducción del fragmento de la epístola a los Corintios I, 13, 1-8, me gustaría
contar con sus comentarios, gracias.
Nota: Entre corchetes están los anexos al texto que supongo necesarios para una mejor comprensión (como los verbos omitidos); entre paréntesis, otras posibles traducciones de una palabra con múltiples significados; entre guiones, la palabra en griego transliterado.


  1. Si las lenguas de hombres y de ángeles hablara, pero no tengo
    caridad, los hechos realizados [serían] bronce estruendoso o címbalo
    retumbante.

  2. Y si tengo profesía y conozco los misterios y todos los
    conocimientos, y si tengo la fe hasta el pundo de la montaña
    trasladar, pero no tengo caridad, nada [es] de mí.

  3. Y si reparto en partes todo mi existir, y si entrego mi cuerpo para
    ser quemado, pero no tengo caridad, [en] nada me auxilia.

  4. La caridad [es] sobreestimante -makro-thymy-, favorable; la
    caridad no [tiene] celos (envidias), no indiscreta, no se hincha
    de vanidad,

  5. no [es] indecente (vergonzosa), no busca la individualidad, no se
    encoleriza, no toma a cuenta lo malo.

  6. No [es] alegre sobre la injusticia, sino se congratula con la verdad.

  7. A todo lo cubre resistentemente, a todo le tiene fe, a todo le da
    esperanza, a todo le da soporte.

  8. La caridad jamás se cae (declina).

martes, 6 de febrero de 2007

Retórica y Teología


"Ya que con la retórica se sostienen argumentos tanto verdaderos como falsos, ¿quién se atreverá a decir que contra la mentira los defensores de la verdad tienen que quedarse completamente desarmados? ¿Por qué los que intentan persuadir lo falso saben capturar con sus exordios a los que escuchan haciéndolos atentos y ablandándolos, mientras que estos no? ¿Por qué aquellos saben exponer la mentira con brevedad, claridad, verosimilitud, mientras que estos exponen la verdad en forma tal que el que escucha se aburre, no llega a entender y no queda convencido? ¿Por qué aquellos logran con argumentos engañosos contrastar la verdad y afirmar la falsedad, mientras que estos no son capaces ni de defender la verdad ni de refutar la mentira? ¿Por qué aquellos con sus palabras saben mover e impulsar al error las almas de los que escuchan, provocando en ellos temor, tristeza, alegría, y exortándolos con el máximo empeño, mientras que estos defensores de la verdad dormitan perezosos y apáticos? ¿Quién puede ser tan insensato como para pensar así? En suma, ya que la capacidad de hablar es en sí neutral, y es muy eficaz para sostener argumentos tanto buenos como malos, ¿por qué el hombre bueno no debería ponerse en condición, gracias a esta disciplina, de pelear por la verdad?"
-Agustín de Hipona, De doctrina christiana IV,2,3